González Dávila y el Cacique Nicaragua: Encuentro de dos mundos opuestos
D. Arroliga
En abril de
1523, el adelantado capitán español Gil González de Avila, llega a territorio nicaragüense
bordeando la costa del Pacífico. Con unos 100 hombres, caballos y esclavos llega
al poblado indígena Quauhcapolca, erróneamente
llamado Nicaraocalli por los historiadores españoles. Se entrevista con el
cacique Nahua Macuil Miquiztli, también
erróneamente llamado Nicarao por los historiadores, bajo una ramada levantada
para tal fin al sur del poblado. A pesar de ser verano, parece que estaba
lloviendo o había nubes sobre Ometepe porque el conquistador se encontró de
romplóm con el Gran Lago y se maravilló cuando su caballo bajó su cabeza para
beber agua. Así que lo llamó ‘la mar dulce’, pero no menciona a Ometepe ni sus
imponentes volcanes. A continuación transcribo un artículo del Dr. Jorge
Eduardo Arellano sobre este encuentro.
Un día como hoy, a
principios del siglo XVI, tuvo lugar en el poblado indígena de Quauhcapolca
(“lugar de las grandes arboledas”, llamado erradamente Nicarao-callí por algunos
historiadores) el encuentro pacífico de los primeros conquistadores con los
indígenas de filiación náhuatl que habitaban el istmo de Rivas. Aquí se
sintetiza y se registran la mayoría de las interpretaciones que sobre dicho
encuentro (“diálogo de los siglos” lo llamó un historiador guatemalteco) se han
realizado.
El requerimiento y su justificación legal
A una jornada de la
sede del cacique Nicaragua (en realidad su nombre indígena era Macuil
Miquiztli) el conquistador Gil González Dávila envió a sus cuatro intérpretes
(muchachos de Nicoya capturados en 1819 por dos lugartenientes de Pedrarias y
conducidos a Panamá, donde aprendieron español) con la propuesta rutinaria que
justificaba legalmente las acciones de los invasores: el llamado “requerimiento”.
Es decir: que se convirtiese al cristianismo y se transformase en vasallo del
Rey de España, a quien representaba, porque si se negaba a ello iba a reducirlo
a la fuerza.
El Cacique contestó el mensaje mandándole a decir, con cuatro de sus
principales, que aceptaba la amistad por el bien de la paz, y aceptaría la fe
nueva si le parecía tan buena como se la elogiaban. Y en la soleada mañana del
lunes 5 de abril de 1523, González Dávila ordenó a su tropa marchar en orden,
con sus cuatro caballos adelante y las banderas desplegadas. Al sonido de
trompetas y timbales fueron al encuentro del gran cacique, quien les dio la
bienvenida y alojó en las viviendas reservadas a sus nobles. Les entregó el
equivalente en oro de 18,500 pesos castellanos, la mayor contribución ofrecida
a los extraños huéspedes hasta ese momento. En retribución, González Dávila
obsequió a Nicaragua un traje de seda, una camisa de lino y una gorra de color
rojo.
Las preguntas del cacique Nicaragua
Durante dos o tres
días, Cacique y Capitán sostuvieron una conversación sobre cosas terrenales y
celestiales. Según Mártir de Anglería, el primero le hizo al segundo once
preguntas: 1) acerca “de un cataclismo pasado que había ahogado la tierra con
todos los hombres y animales [...] y si vendría otro” (el diluvio); 2) “si
alguna vez la tierra se voltearía boca arriba”; 3) “del fin general del linaje
humano, y de los paraderos destinados a las almas cuando salen de la cárcel del
cuerpo, del estado del fuego que un día ha de enviar, cuándo se cesarán de
alumbrar el sol, la luna y demás astros; del movimiento, cantidad, distancia y
efectos de los astros y de otras muchas cosas”; 4) “sobre el soplar de los
vientos, la causa del calor y del frío, y la variedad de los días y las
noches”.
5) “Si se puede sin culpa comer, beber, engendrar, cantar, danzar, ejercitarse
en las armas”; 6) “qué deberían hacer ellos para agradar a aquel Dios que él
(González Dávila) predicaba cual autor de todas las cosas”; 7) debido al
desacuerdo manifestado ante la inminente privación del ejercicio de la guerra,
preguntó: “adónde habían de tirar sus dardos, sus yelmos de oro, sus arcos y
sus flechas, sus elegantes arreos bélicos y sus magníficos estandartes
militares”, razonando: “¿Daremos todo esto a las mujeres para que ellas lo manejen?
¿Nos pondremos nosotros a hilar con los husos de ellas, y cultivaremos nosotros
la tierra rústicamente?”
Finalmente, Nicaragua preguntó: 8) sobre “el misterio de la cruz y utilidad de
adorarla; y 9) “acerca de la distribución de los días” (de las actividades
según la doctrina cristiana). El mismo Anglería revela dos preguntas más
dirigidas por el cacique al intérprete: 10) “Si esta gente tan sabia [los
españoles] venían del cielo”; y 11) “si habían bajado en línea recta, o dando
vueltas o formando arcos”. Cabe considerar un dato curioso y oportuno, se
abstuvo de explicar “las ceremonias y sanguinaria inmolación de víctimas
humanas”. Siguiendo al cronista, esta actitud fue interpretada como un
mecanismo de ocultación, del que se percató el capitán español, y sin haber
sido requerido, habló al respecto, condenando tales sacrificios paganos.
Pero Gil González no pudo resolver todo ese corpus de interrogantes
cosmológicos y antropológicos. Dice el cronista del Papa: “Aunque Gil es hombre
de ingenio y aficionado a leer libros traducidos del latín, no tenía la
erudición necesaria para dar acerca de ellos otra respuesta”.
Si añadimos las cuatro preguntas que consigna el cronista López de Gómara
fueron quince, en esencia, las que formuló Nicaragua: “Preguntó, asimismo, si
moría el Santo Padre de Roma, vicario de Cristo, Dios de los cristianos (12); y
cómo Jesús, siendo Dios, es hombre, y su madre, virgen, pariendo (13); y si el
emperador y rey de Castilla, de quien tantas proezas, virtudes y poderío contaban,
era mortal (14); y para qué tan pocos hombres querían tanto oro como buscaban”
(15).
Un bautizo aparente
Al margen de su
cuestionador repertorio, el Cacique aceptó ser bautizado con su familia y 9,017
de los suyos; convino también en erigir una cruz sobre un montículo escalonado,
en el orchilobo (posiblemente el altar de sacrificios), lo cual llevó a cabo
seguido por su séquito en procesión solemne, acto que conmovió a los mismos
españoles. Correspondió al fraile mercedario Diego de Agüero, único religioso
de la expedición, hacer llover agua bendita sobre las miles de cabezas de los
nuevos conversos, quienes imitaron obedientes el extraño rito al que se había
sometido en apariencia su señor.
Toma de posesión de la Mar Dulce
Los españoles no se
percataron de inmediato de la presencia del Lago, pero lo descubrieron y
tomaron posesión del mismo pocos días después: el lunes 12 de abril. Relata el
escribano de la expedición San Juan de Salinas: “Allegóse [González Dávila] a
la costa de la dicha mar dulce”. Bebió agua —recogida en mi sombrero—, con sus
acompañantes —entre ellos el tesorero Cereceda y el cura Agüero— hizo la toma y
mandó al alférez alzar tres veces la bandera real, diciendo: “Biba la muy
católica cesárea majestad del emperador e rey nuestro señor e rey natural de
toda esta costa e mar dulce, descubierto e por descubrir e posehedór de ella”.
Al salir del agua, cortó con su espada las ramas de un árbol vecino y arrancó
algunas yerbas del suelo, en señal igualmente de posesión y dominio; en
seguida, los restantes peninsulares --dispuestos a agredir a quien manifestase
lo contrario-- expresaron su disposición de defender lo descubierto y poseído
en nombre de la corona.
“Toba, toba, xuja”
Trasladándose seis
leguas hacia el norte, a la “provincia” de Nochari —integrada por seis
pueblos—, González Dávila logró que se bautizasen 12,600 indios, y recibió
33,000 pesos en oro como tributo, según la cuenta el tesorero Andrés de
Cereceda.
Estando en Coatega, llegó a visitarle otro poderoso cacique: Diriangén, acompañado
de una comitiva deslumbrante. Diriangén no aceptó el bautismo inmediato, sino
que prometió volver a los tres días. Esto lo hizo el sábado 17 de abril, a
mediodía, para combatirlo. El jefe indígena fue vencido (indudablemente por la
superioridad de las armas), pero González Dávila tuvo que retirarse. Al pasar
por Quauhcapolca, los indios del cacique Nicaragua, ocultos, le esperaban
armados y lucharon contra las huestes conquistadoras desde las once de la
mañana hasta caer la tarde. Al fin solicitaron la paz, y el capitán español se
las concedió. Ellos le contestaron antes de que González Dávila partiese:
“teba, teba, xuja”: “está bien, ándate, vete en buena hora” y “Toya, toya”,
varias veces, que quiere decir “Anda, corre”. “Toya” funciona como imperativo
del verbo toyana que expresa la idea de rapidez. Le instaban, en pocas
palabras, a largarse. Evidentemente, ambos caciques combatieron, nada más que
en forma distinta.
La anterior resistencia fue confirmada por otro cronista de indias, pero en
lengua italiana: Girolamo Benzoni, quien vino a Nicaragua en 1546 y permaneció
aquí más de doce meses. En esa visita trató a otro cacique del pueblo de
Nicaragua, llamado don Gonzalo, que había sobrevivido a la etapa sangrienta de
la conquista, hablaba fluido castellano y se había bautizado. Pues bien,
Benzoni inserta el testimonio de don Gonzalo, o visión de los vencidos, más un
singular razonamiento sobre la bribonería conquistadora, ya dentro de las
concepciones cristianas. Tal razonamiento era la de un auténtico converso y tan
admirable como el de su antecesor, el cacique Nicaragua, reconocido por los
cronistas citados.
Darío, PAC, Láscaris, Incer
De
ellos sobresale López de Gómara al dejar esta frase memorable sobre su
curiosidad filosófica: “Y nunca indio alguno, a lo que alcanzo, habló como él a
nuestros españoles”. Frase que nuestro Rubén Darío, en su libro El viaje a
Nicaragua (1909) fue el primero en transcribir y valorar. Otra acotación,
relacionada con la frase que acuñó Gómara, pertenece a Pablo Antonio Cuadra: “A
través del cuestionario del Cacique, la agudeza y sabiduría aparecen muy
compendiadas, ya que los cronistas, aunque admirando al indígena filósofo, no
nos copian sus pláticas, réplicas y contra-réplicas, sino la lista escueta de
algunas de sus preguntas. En ellas se advierte, sin embargo, una extraordinaria
inquietud por conocer y saber, más una curiosidad científica por hallar
respuesta a los grandes problemas de los hombres de su tiempo y su relación con
el universo y la naturaleza”.
Más concreto resultó Constantino Láscaris, que ante todo confirma el adjetivo
de filósofo al Cacique, y no duda de la autenticidad de las preguntas, “pues
corresponden al nivel animista de su pueblo” y responden a tres preocupaciones:
“información sobre los españoles, información sobre su dios, y las dos últimas,
que piden información sobre el estatus de su pueblo cuando dependan del dios de
los españoles”. Y agrega que el diálogo en cuestión “debe leerse en función del
requerimiento”.
Focalizando su atención en algunas de las preguntas, Jaime Incer observa: “No
podía responder Gil González a las preguntas del Cacique. En aspectos
cosmológicos, la Europa del principio del siglo XVI todavía aceptaba el modelo
geocentrista de Ptolomeo. Como una paradoja, el cómputo del tiempo era menos
preciso en el viejo continente, que el heredado por los varios grupos
mesoamericanos de los sabios atrónomos de Copán”. Y puntualiza sobre el aspecto
señalado por Darío: “Los indígenas pusieron también reparo a todo lo que
impidiera el baile y la embriaguez, aduciendo que con tales actos no
perjudicaban a nadie. En realidad, ambas acciones eran parte importante de la
propia liturgia indiana.”
Conclusión
Otros autores han dedicado su atención al Encuentro: pero no es posible
resumirlos esta vez. Basta concluir que nuestra tierra fue el único escenario
en el continente americano donde se dio un encuentro de indiscutible dimensión
filosófica. Láscaris recuerda la diplomática-desconcertada de Moctezuma y la
viril de Cuauhtemoc; pero la de Nicaragua es peculiar. “No es simplemente un
cacique curioso —anota—, o receloso, o amistoso”. Él sabía que tendría que ir a
la guerra. Pero antes, prudentemente, aceptó escuchar al “otro” e intentó
comprenderlo, dando un ejemplo y una lección. Un ejemplo de apertura
inteligente y una lección de racional defensa, aliándose con el cacique vecino
tan poderoso como él. Prefirió la reflexión estratégica antes que la directa
acción bélica, pero digna y orgullosa, de Diriangén. Por algo el cronista
Herrera llama a éste “cacique guerrero y valiente”. Y López de Gómara define a
Nicaragua —frase ya citada por Darío— “agudo y sabio en sus ritos y
antigüedades”.