Batallas Epicas: La Caída de Jerusalén, año 70 d.C
D. Arroliga
Cuarenta
años después de la muerte del crucificado nazareno, su profecía expresada con
llanto frente a ciudad de Jerusalén en el Monte de los Olivos, se convierte en
realidad. El pueblo judío se rebela contra el Imperio Romano en el año 66 de
nuestra era. El emperador Nerón despacha al general Vespasiano a sofocar la
rebelión en 67 AD y comienza una batalla épica de tres años en la que legiones
romanas luchan contra zelotas, sicaii (sicarios) y un ejército judío conformado
por civiles armados liderados por fariseos y saduceos.
Poco a poco
los romanos retoman Judea y lo último que queda por tomar es Jerusalén. Después
de tres años de lucha, los zelotas y demás líderes político-militares judíos se
encierran en Jerusalén. La ciudad está llena de peregrinos que han llegado para
la Pascua. Los romanos acampan alrededor de la ciudad y crucifican a todo aquel
que trata de escapar de ella. Flavio Josefo, en su historia de la guerra judía,
nos cuenta el horror, la violencia y la testarudez de los líderes judíos de no
rendirse (el libro más antiguo de mi colección bibliográfica es War of the
Jews, de Flavius Josephus, edición en inglés, publicado en 1912, regalo de mi
tía Tota).
El sitio
dura de febrero a agosto del año 70 y los romanos arrasan con los árboles del
jardín de Getsemaní y el Monte de los Olivos para fabricar cruces y ejecutar a
más de 6,000 peregrinos que buscaban como escapar de la ciudad. El hambre se
apodera de los habitantes. Escasea la comida y el agua. El hedor a cuerpos
putrefactos rodea el amiente. Grupos de individuos asesinan citadinos por
comida. La gente empieza a comerse sus fajones de cuero y hasta cuita de
palomas. Una mañana, los hambrientos sitiados sienten un aroma delicioso a
carne asada. Corren todos a la fuente de tan oloroso manjar y llegan a la mansión
de un noble judío. Irrumpen en la casa y llegan hasta el patio. Sus ojos
incrédulos ven a la esposa del noble asando a las brasas a su propio bebé
recién nacido.
Jerusalén
es una ciudad rodeada por tres muros. Los arietes y máquinas de guerra romanas
derriban muro tras muro haciendo grandes grietas. El último bastión es el muro
alrededor del Templo construido por Herodes el Grande en el 12 BC. El general
Vespasiano es convocado a Roma, después de la muerte de Nerón y erigido
emperador. Vespasiano deja a su hijo Tito a cargo de la guerra con los judíos.
Tito, resuelve apelar a la conciencia de los sitiados instándolos a rendirse,
pero una vez más los zelotas devuelven con burlas e improperios la oferta del
romano. Este se ve en la penosa necesidad de ordenar la toma del Templo y
ordena a sus legionarios no destruirlo. El Templo, sin embargo, toma fuego y
pronto los legionarios romanos en desenfreno asesinan, saquean el Templo y aran
el sitio del Templo buscando el oro que lo revestía y que se había derretido
con el incendio.
De la
ciudad y del Templo no quedan piedra sobre piedra, como lo pronosticó el
Nazareno. Los romanos dejan una guarnición y una sola pared semi-intacta: el ahora
Muro de las Lamentaciones, que era una pared exterior del Templo. La guerra
termina tres años después con la toma de Masada. Pero esta es otra historia.
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