María Ney Barberena (1902-1979): Semblanza
D. Arroliga.
Mi abuela
materna, Doña María Ney de Gutiérrez, nació en los altos de Nejapa el 17 noviembre
de 1902. Eran los tiempones del liberalismo, liderados por el general José
Santos Zelaya. Su madre Angela Ney era una niña de 15 años cuando su marido, Benito
Barberena se la robó y huyó con ella. Mi bisabuelo Benito Barberena era un
finquero cincuentón y ya con hijos de un matrimonio previo cuando raptó a la
Angelita Ney. Se cuenta que Angela era blanca y rubia como muñeca Barbie. Era
de los Ney del lado de Diriamba. Benito en cambio era un mulato del lado de
Nandaime. La sangre negra de él pintó más fuerte en mi abuela, quien era una
mujer menuda, negrita y murruca. (La foto adjunta fue tomada cuando cumplió 70
años en 1972).
Al morir
Benito, sus hijos del primer matrimonio expulsaron a la advenediza Angela con
todos sus hijos y la lanzaron a la calle. Mi abuela María adolecente se dedicó
a cuidar de su mamá Angela y sus hermanas menores Rosa y Pastora Ney. Los demás hijos de la unión, eran diez en
total, se disgregaron y algunos salieron fuera del país.
Esos años
de indigencia fueron muy duros para mi abuela María. La necesidad y vicisitudes
forjaron en mi abuela un carácter duro, áspero, arisco y arrecho. Vivieron en Granada y Masaya y por fin se
vinieron a Managua a vivir en las afueras cerca de la Hacienda La Veloz, en lo
que es hoy al sur del Estadio Nacional por el Cine Dorado. Mi abuela se dedicó
a trabajar de doméstica. Cuando la ocupación de la Marinería norteamericana le
logró sacar a un marino gringo a mi tía Pastora de sólo 14 años a quien el
gringo estaba violando en una cantina. Le quebró una silla en la cabeza al
gringo y sacó a su hermana de la cantina, como en las películas. Sería allá por
1920. Entonces había cantinas exclusivas sólo para militares gringos.
Al llegar
los misioneros protestantes norteamericanos en las primeras dos décadas del
siglo 20, mi abuela empezó a trabajar para ellos. Allí aprendió a leer en la
Biblia y a cocinar al estilo norteamericano. Aprendió también a escribir y se
convirtió al evangelio bajo la tutela de los misioneros.
En los
cultos de la incipiente Sala Evangélica, conoció Doña María a un muchacho
blanco, de ojos claros y de buen porte. Este era mi abuelo Zoilo Gutiérrez
(1900-1982), del lado de Solentiname y huérfano de madre. Se casaron en 1933,
ya los dos de más de 30 años, cosa rara para esos tiempos, cuando la gente se
casaba muy jóvenes. De la unión nacieron cuatro hijos, Abigail, mi mamá
(1934-2001), Zoila, mi Tota (1935-2013), Jonatán (1936) y Joel, tío Cayelón
(1942).
Mi abuela
María lavó y planchó ropa ajena por años, mientras vivían en el barrio Los
Angeles de Managua. Lavaba ropa en la ‘playa’, o sea, el lago Xolotlán. Planchaba
de noche con candil y con planchas de hierro que calentaba en un brasero. Mi
abuelo era un carretonero del Mercado Oriental, oficio que lo ocupó hasta su
separación de mi abuela en 1955.
En 1943,
murió mi bisabuela Angela, quien sufría de Alzheimer, aunque entonces no se
conocía con ese nombre y se creía que las personas que sufrían de esto estaban
locas.
En 1944 mis
abuelos compraron un terrenito de 30 x 30 varas en el barrio San José Oriental
que entonces era un gran potrero en los arrabales de Managua.
Mi abuela
María siempre fue orgullosa de ser pobre pero honrada. No aceptaba limosnas de
nadie. Siempre nos enseñó a trabajar y ganarnos la paga. Nos enseñó a no pedir
ni mendigar. A mí me enseñó a sumar al aire, es decir sin usar los dedos…y por
supuesto sin calculadoras, porque además no existían. Era una ávida lectora, a
pesar que nunca fue a la escuela. Jugaba naipes con nosotros, nos contaba
cuentos todas las noches, nos cantaba, para lo cual tenía un talento innato. Mi
abuela cantaba mejor que mi mamá y todos nosotros juntos. Fumaba puros
chilcagres los que me mandaba a comprar por el Cine Salinas. Cocinaba cualquier
cantidad de antojos nicaragüenses, incluyendo sopas, nacatamales, atoles,
requesón, buñuelos, almíbares, nancites en miel, relleno navideño y ron pope. Lo
único que nunca le quedó bien eran las berenjenas rellenas. Siempre le quedaban
amargas. Pero había que comérselas so pena de que te diera un riendazo. El
mejor gallopinto del mundo lo hacía mi abuela. A pesar de ser una mujer adusta
y hasta tímida, con sus nietos fue muy amorosa y consentidora, especialmente
conmigo, que fui su primer nieto.
En sus
últimos años padeció de presión alta lo que al final la llevó a sufrir un
derrame cerebral que le dejó medio cuerpo paralizado en 1978. La última vez que
la vi viva fue el 28 de diciembre de 1978, día de los Inocentes. Llegué con mi
guitarra a cantarle villancicos navideños. En especial a ella le gustaba que le
cantara ‘Un Gajo de Chilincocos’ de Carlos Mejía Godoy.
Su corazón
se detuvo en la madrugada del 2 de enero de 1979. Tenía 77 años.
No comments:
Post a Comment